Lo que hemos escuchado de Utopía.
En primer lugar existió el Caos. Después Gea, la del amplio pecho, sede siempre segura de todos los Inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. En el fondo de la tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro. Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cultiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos.
“Cosmogonía”, Teogonía, Hesíodo.
El Caos es siempre un punto de partida. Eros, la fuerza irresistible que somete a los Inmortales y establece el Orden; el Orden como el dios de dioses Zeus portador de la égida, rey sobre el Olimpo, que fue hijo rebelde del Tiempo, que a su vez fue hijo rebelde del Espacio. Eros es la fuerza impulsora del viaje: el viaje que emprendemos a sabiendas de que será duró y nunca pararemos victoriosos. Sin embargo, tampoco nunca nos sentiremos engañados. Atracaremos, viejos ya, en la isla, enriquecidos por cuanto ganamos en el camino. Esto es Utopía.
Utopía es la silueta que se define apenas tras la bruma. Es la forma celeste que gira y permanece inmóvil y siempre sobrevuela las cabezas. Se dibuja y son palabras:
Alma. Buceamos sumergiendo todo siempre dentro y no sabemos nada pero hay que imaginar. Mundo. Peces ignorantes nadamos en Océanos inmensos descubriendo trozos, inocentes poniendo nuestros nombres y colgando un tímido collar al cuello de la fiera. Dios. Más allá de todo, más allá de dentro pero también más allá de fuera, presente aquí y en todas partes, el intocable Orden, etéreo Zeus. Utopía es la imagen.
Percibiendo esta imagen no podemos evitar, miembros aflojados y sometidos al espíritu, no podemos evitar caminar hacia la imagen que soñábamos anoche, todavía sempiterna esfera blanca brillante ingrávida. Y nosotros vida efímera, nosotros sudor y esperma y sangre y fango entre las uñas, yo burro y orejeras sólo mirar delante la zanahoria péndulo a dos dedos de la nariz. Por eso, Utopía es movimiento.
Es decir Utopía hablarle al anhelo de poseer el Bien en la Verdad que aún no poseemos. Que no poseeremos. De la mano de Eros nos elevamos por encima de la atracción fatua por los artificios y contemplamos con el ojo virtuoso de la intuición divina: leemos el Caos que cada día nos rodea y Eros nos hace imaginarnos la armonía del mundo. De lo bello en cada objeto componemos poco a poco la mecánica celeste, llegamos a captar de esta forma las esencias de las cosas y, al final de todo, la Belleza es. Una actitud, Utopía.
Deslumbrados, ¿Cómo callar y no decir lo que hemos visto que hay al fondo? ¿Cómo resignarnos a aceptar migajas cuando ya probamos el maná? Es más, no lo intentamos y son actos de conciencia los bramidos de trompeta que hacen eco de la Esfera. Es cierto: voluntariamente lo acordamos, tras la búsqueda y durante procuramos contagiarnos. Sólo pequeña proporción de la visión hemos guardado, testimonio real de su existencia, de la nuestra, diamantes olvidados en las islas, simientes esperando tierra fértil. Sabemos que encerrada en el cajón y sola, morirá. Desde el uno al todo, Utopía ha de ser nuestra. Utopía se construye, se difunde.
Es por eso que alguien que desde atrás llegase traicionero y nos hiciese girar la cara al suelo entonces, podría gritar ¡despierta! Y con falaces palabras convencernos de que no hay tal cosa, o decir que con el sueño contemplamos pero no avanzamos. Pero podríamos rabiosos devolverle el grito. Porque es cierto que no es mundano lo que estamos viendo, y aún así existe, existe y es real y nadie que no mienta podrá decir otra cosa. Aunque ella sólo sea nuestra, sólo ella es la razón de nuestro ser. Guardaos y no desfallezcáis pues, Utopía es Verdad.
Todo esto es lo que he oído que dijeron de Utopía. Mil palabras más se podrían haber dicho y otras tantas se habrán soñado. Ya he dicho que no son estas mis palabras: Hesíodo, Homero, Sócrates, Platón, Llull, Kant, Newton, Mannhheim, Estellés, Cavalfis, Montllor, Chao. Son sólo algunas gentes que han visto y que han hablado. Al alzarnos en sus hombros pudimos ver de lejos intuyendo levemente a que se estaban refiriendo. Nos acercamos a mirar.
Por el momento, contaremos algo de lo que pudimos ir hallando y guardando en el camino, sólo huellas, sólo simientes. Hablaremos. Entregaremos aquí nuestra sangre y nuestro esperma, sudor y vida. Así, sobre tierra fértil, tal vez algún conato de embrión germinará.
En primer lugar existió el Caos. Después Gea, la del amplio pecho, sede siempre segura de todos los Inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo. En el fondo de la tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro. Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cultiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos.
“Cosmogonía”, Teogonía, Hesíodo.
El Caos es siempre un punto de partida. Eros, la fuerza irresistible que somete a los Inmortales y establece el Orden; el Orden como el dios de dioses Zeus portador de la égida, rey sobre el Olimpo, que fue hijo rebelde del Tiempo, que a su vez fue hijo rebelde del Espacio. Eros es la fuerza impulsora del viaje: el viaje que emprendemos a sabiendas de que será duró y nunca pararemos victoriosos. Sin embargo, tampoco nunca nos sentiremos engañados. Atracaremos, viejos ya, en la isla, enriquecidos por cuanto ganamos en el camino. Esto es Utopía.
Utopía es la silueta que se define apenas tras la bruma. Es la forma celeste que gira y permanece inmóvil y siempre sobrevuela las cabezas. Se dibuja y son palabras:
Alma. Buceamos sumergiendo todo siempre dentro y no sabemos nada pero hay que imaginar. Mundo. Peces ignorantes nadamos en Océanos inmensos descubriendo trozos, inocentes poniendo nuestros nombres y colgando un tímido collar al cuello de la fiera. Dios. Más allá de todo, más allá de dentro pero también más allá de fuera, presente aquí y en todas partes, el intocable Orden, etéreo Zeus. Utopía es la imagen.
Percibiendo esta imagen no podemos evitar, miembros aflojados y sometidos al espíritu, no podemos evitar caminar hacia la imagen que soñábamos anoche, todavía sempiterna esfera blanca brillante ingrávida. Y nosotros vida efímera, nosotros sudor y esperma y sangre y fango entre las uñas, yo burro y orejeras sólo mirar delante la zanahoria péndulo a dos dedos de la nariz. Por eso, Utopía es movimiento.
Es decir Utopía hablarle al anhelo de poseer el Bien en la Verdad que aún no poseemos. Que no poseeremos. De la mano de Eros nos elevamos por encima de la atracción fatua por los artificios y contemplamos con el ojo virtuoso de la intuición divina: leemos el Caos que cada día nos rodea y Eros nos hace imaginarnos la armonía del mundo. De lo bello en cada objeto componemos poco a poco la mecánica celeste, llegamos a captar de esta forma las esencias de las cosas y, al final de todo, la Belleza es. Una actitud, Utopía.
Deslumbrados, ¿Cómo callar y no decir lo que hemos visto que hay al fondo? ¿Cómo resignarnos a aceptar migajas cuando ya probamos el maná? Es más, no lo intentamos y son actos de conciencia los bramidos de trompeta que hacen eco de la Esfera. Es cierto: voluntariamente lo acordamos, tras la búsqueda y durante procuramos contagiarnos. Sólo pequeña proporción de la visión hemos guardado, testimonio real de su existencia, de la nuestra, diamantes olvidados en las islas, simientes esperando tierra fértil. Sabemos que encerrada en el cajón y sola, morirá. Desde el uno al todo, Utopía ha de ser nuestra. Utopía se construye, se difunde.
Es por eso que alguien que desde atrás llegase traicionero y nos hiciese girar la cara al suelo entonces, podría gritar ¡despierta! Y con falaces palabras convencernos de que no hay tal cosa, o decir que con el sueño contemplamos pero no avanzamos. Pero podríamos rabiosos devolverle el grito. Porque es cierto que no es mundano lo que estamos viendo, y aún así existe, existe y es real y nadie que no mienta podrá decir otra cosa. Aunque ella sólo sea nuestra, sólo ella es la razón de nuestro ser. Guardaos y no desfallezcáis pues, Utopía es Verdad.
Todo esto es lo que he oído que dijeron de Utopía. Mil palabras más se podrían haber dicho y otras tantas se habrán soñado. Ya he dicho que no son estas mis palabras: Hesíodo, Homero, Sócrates, Platón, Llull, Kant, Newton, Mannhheim, Estellés, Cavalfis, Montllor, Chao. Son sólo algunas gentes que han visto y que han hablado. Al alzarnos en sus hombros pudimos ver de lejos intuyendo levemente a que se estaban refiriendo. Nos acercamos a mirar.
Por el momento, contaremos algo de lo que pudimos ir hallando y guardando en el camino, sólo huellas, sólo simientes. Hablaremos. Entregaremos aquí nuestra sangre y nuestro esperma, sudor y vida. Así, sobre tierra fértil, tal vez algún conato de embrión germinará.
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