lunes, 14 de enero de 2008
DELITOS
"¿Tres enfermos?,¿tres patanes?,¿tres héroes?"
"Lettristes à l'église"
Lo que allí sucedió, nadie lo sabe.
Sólo quienes tuvieron la suerte de acudir a aquella misa de Pascua el día 11 de Abril de 1950 (unas diez mil personas), podrían hablar hoy de lo formidable de un suceso ninguneado por la prensa del momento y por la historia del arte en general.
Es por esto, que con motivo de la inauguración de esta sección dedicada a Delitos, queremos recuperar este breve poema Lettriste, y situarlo en su contexto, a fin de contribuir a la difusión ficticia* de un acto que ha sido relegado a ese espacio incierto en el que la memoria se disuelve entre el olvido, el rechazo y la mitificación.
Un acto vergonzoso en la memoria del París más correcto de los años 50. Sólo el periódico Combat, diario que no dependía de ninguna corporación política ni comercial, reseñó algunos datos acerca del suceso y señaló la impronta neo.surrealista de aquellos cuatro jóvenes mal llamados delincuentes.
Como reconociera en su momento el mismo André Breton en el diario: "Resulta adecuado que el golpe se haya dado aquí, en el corazón del pulpo que todavía está estrangulando al universo. Fue aquí también donde, en nuestra juventud, yo y algunos de los hombres que son y han sido mis compañeros de viaje (Artaud, Crevel, Eluard, Prévert, Peret, Char y muchos otros) a veces soñamos en asestarlo."
Sin duda, la imagen surrealista, todavía latente en el tiempo, se mantenía viva en aquel París. En realidad, no había pasado demasiado tiempo desde la disolución del movimiento en el 44, hasta las primeras reuniones y acciones lettristes. Sin embargo, estos jóvenes airados que aparecen en la foto: Serge Berna, el escritor del poema, Michael Mourre el falso dominico encargado de su lectura y el poeta Ghislain de Marbaix, no quisieron reconocer su innegable referente.
Como escribiría en el futuro Greil Marcus en su libro Lipstick traces (Rastros de Carmín), "Los surrealistas reclamaron gozosamente su patrimonio sobre ese gran acontecimiento público, pero dentro de ese gozo había un vacío de vergüenza por haber esperado veinte años en los cafés y en los museos a que unos niños bastardos llevasen a la práctica su legado." Así pues, "esos malos padres aparecían para reconocer a sus hijos, pero los hijos no reconocían a sus padres".
Y aprovechando una pausa durante el rezo del credo, a las once de la mañana del día 11 de Abril de 1950, en la catedral de Notre-Dame, Michael Mourre subió al altar. Un compañero vigilaba la huida, otros dos lo cuidaban de cerca por si problemas. Acto seguido se reanudó el sermón:
"Hoy día de Pascua del Año Santo
aquí
en la insigne iglesia de Notre-Dame de París
acuso
a la Iglesia católica universal de haber desviado letalmente
nuestra fuerza vital hacia un cielo vacío
acuso
a la Iglesia católica de estafa
acuso
a la iglesia católica de infectar el mundo con su moralidad fúnebre
de ser la llaga que se extiende en el cuerpo descompuesto de Occidente
En verdad os digo: Dios ha muerto
Vomitamos la agonizante insipidez de vuestras plegarias
pues vuestras plegarias han sido el humo pringoso
de los campos de batalla de nuestra Europa.
Sumergíos pues en el trágico y exaltante desierto de un mundo
en el que Dios ha muerto
y labrad esta tierra con vuestras manos desnudas
con vuestras manos orgullosas
con vuestras manos sin plegarias
Hoy díá de Pascua del Año Santo
Aquí en la insigne iglesia de Notre-Dame de Francia
proclamamos la muerte de Cristo-Dios, para que el hombre
pueda vivir por fin."
El discurso no llegó a ser leído por completo.
Antes de que éste finalizara, la guardia suiza ya había desenvainado sus sables y acometido contra los blasfemos. Éstos, tuvieron que huir rápidamente para no ser heridos. Una vez salieron de la iglesia, se dirigieron al coche que les estaba preparado para la huida, pero el conductor, en vista de la inmensa turba católica que los seguía de cerca, arrancó el automóvil antes de que les diera tiempo a subir, y los dejó en tierra. En última instancia, fue la policía quien los salvó de la enfurecida masa que los perseguía, ciega de razones para matar.
El acto fue desterrado a la sombra de una gran mascarada pública que amagaba los más sórdidos intereses privados.
Alguien había desafiado a la todo poderosa iglesia católica en el mismo corazón de Francia. Y el perfil de sus ejecutantes debía ser dibujado dentro de los límites de la desviación. El diagnóstico clínico del psiquiatra que trató a Michael Mourre (único detenido por el escándalo), no tiene desperdicio* por sus alusiones subjetivas hacia el ideario político del acusado.
El periódico comunista L'Humanité, no tardó en denunciar el acto cometido, aludiendo a lo desmesurado de la acción**. Sin embargo, a raíz de aquel evento, se abrió un intenso debate que, sin duda, se alarga en el tiempo hasta nuestros días. Multitud de cartas anónimas se dirigieron en defensa de los tres artistas por el valor demostrado en su ataque, y por su intento de unir, bajo un mismo gesto, arte, vida y política.
Quizás la sociedad de aquel París de los años cincuenta no estaba preparada para las acciones lettristes, pero ¿Lo estaría ahora la nuestra?
*Puede parecer excesivamente riguroso el adjetivo ficticio en relación a la naturaleza del texto, pero queremos dejar claro que sobre el delito en cuestión que se trata en este número, sólo se disponen de dos evidencias claras: el poema de Serge Berna leído en Notre-Dame y la fotografía que encabeza el texto, aparecida en el diario Combat. El resto lo dejamos a la entera y libre imaginación del lector.
** Robert Micoud, psiquiatra escogido por el tribunal, examinó a Michael Mourre por la acusación del arzobispo al que había interrumpido del delito de hacerse pasar por sacerdote.
En el informe se podían extraer expresiones como: "idealismo frenético", "desprecio por la percepción externa", "capacidad para ir directo al corazón de una doctrina" y "para viajar en un instante a través de varias épocas", "irritación ante la idea de que el Ser puede haber precedido a la existencia" y "una lógica exageradamente sesgada y paranoica, en la que hay más intolerancia rigurosa que rigor intolerante".Greil Marcus, Rastros de Carmín, Ed. Anagrama, pag.303.
*** Greil Marcus, Rastros de Carmín, Ed. Anagrama, pag.302 "Reconocemos el derecho de cada persona a creer o a no creer en Dios. Reconocemos también que la farsa es necesaria, y que, en ciertas circunstancias, incluso las bromas pesadas son defendibles. Pero..."
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
jajajaja!
buenísimo, altamente profesional!
Eso hay que repetirlo cuanto antes. ¿Como no lo pensamos cuando vino el Papa?
¡esto va rodao!
jejee..
buah.. en realidad si que hubo propuestas con lo del papa, pero ya ves...
alguna crítica? cambiaríais algo?
se aceptan propuestas.
nose alfred ami me encanta, he disfrutado leyendolo y me parece que has elegido una forma cojonuda de enfocar la palabra "delitos" con este caso
sin duda, habria ke repetir algo asi jejejeje
No conocía este "delito". Muy interesante en una época en que todo está tan "religiosado".
Pero ya sabemos que Voltaire decía aquello de que "si Dios no existiera habría que inventarlo", lo malo es que el invento nadie lo ha patentado y todos los días salen dioses nuevos.
Publicar un comentario